Eudes
Navas-Camacho
El
espacio es donde la ciencia, la tecnología y la innovación fluyen, pero el
tiempo es donde radica lo que diferencia una ciencia de otra, un humano de otro
y un resultado a favor o en contra de la humanidad. De eso les estaré hablando
en este aporte que se llena de ganas de compartirse para jóvenes profesionales,
para los que están en plena formación y para todo aquel que ha de depender por
siempre de estos elementos: el tiempo, el espacio, la ciencia, la tecnología y
la innovación. Es casi decir, para todo mundo, pero sobre todo para aquel con
fuerzas de juventud, como también para el profesionalismo naciente y
prometedor, o para un aspirante a ser Premio Nobel en ciencias o de la paz. Son
estas soluciones y logros las que mejorarán este mundo tancercano
—contemporáneo, pero con una huella propia—.
La gente
me conoce como profesor universitario. Algunos saben que mi formación ha
versado en las ciencias sociales; de hecho, soy sociólogo con casi 40 años de
profesión y esos mismos años como docente. Todo un mundo de encuentros y
desencuentros: gente que ha agradecido o despreciado su oportunidad de
acercarse a la ciencia, y otros que solo imaginan la tecnología encapsulada en
su celular.
En esta
trayectoria, lamentablemente, he conocido a pocos que se han imaginado ser
alguien positivo… y lo han logrado. De esos, puedo contar hasta un par de
docenas de estudiantes que se ilusionaron con ser científicos, se lo creyeron y
lo son. Por ellos —aunque sean minoría— persisto en mis tareas de formación y
mentoría. De todos, eso sí, aprendo, me nutro y avanzo en mejorar mi tecnología
educativa: ese arte de moldear mentes sin perder la esencia humana.
Sabemos
que todos tenemos atención, realidades particulares y talentos diferentes, pero
el espacio es el mismo. El tiempo, en cambio, nos cambia un poco, aunque en la
ecuación de Einstein espacio y tiempo son siameses que nos abordan con
profusión a los que vivimos esta parte de la historia. Por ello adelanto estas
ideas, fragmentos de un libro por editarse, ante el desinterés que veo en los
jóvenes por la ciencia y el hacer científico. Incluso como profesionales,
muchos se deslizan hacia lo vano: desatenciones, desencantos y desalientos que
no son buenos para la vida en la Tierra.
Por eso
quiero presentarles tres ideas concretas y proponerles una lectura especial
para su tiempo de recuperación de ideas. Una que los estimule a
reflexionar sobre su posición ante la ciencia, sus sentimientos hacia la
tecnología y los celos que no inmovilizan la innovación. Todo está tan cercano…
Solo hay que alargar las manos y la mirada para alcanzar los recursos que nos
llevarán a volar ideas y fortalecer aspiraciones al servicio del mundo y de sí
mismos.
Primera
idea: Los seres humanos siempre tenemos pendiente el tiempo. Cuánto ha
pasado y qué pasará. El presente, sin embargo, casi no lo atendemos, y se nota
en las infinitas invitaciones a vivir el ahora. Han surgido coaches y
especialistas que nos dicen cómo hacerlo, pero el tiempo carga consigo un
arsenal de capacidades y logros: formas de producir mejor, de hacer las cosas
sin tanto dolor, de perfeccionarlas gracias a la experiencia.
Y luego
surge la pregunta más sensible, que es nuestra segunda idea: ¿cómo pasará el
tiempo? Lo que no nos damos cuenta es que, en ese tiempo que nos llega —o
que aspiramos a que nos llegue—, está la ciencia y la tecnología. Estas se
hacen más fuertes según el espacio desde donde las disponemos. Aquí aparece el espacio,
ese cauce por donde fluyen quienes tienen la posibilidad de pensar y
desarrollar sus talentos.
Es así
como llega la tercera idea a darle vuelta: Si los jóvenes se autoexilian de
la CTI (Ciencia, Tecnología e Innovación) o de la IDI (Investigación,
Desarrollo e Innovación), es porque el espacio social que habitan es árido. En
ese cauce corren modas o repeticiones grandilocuentes de asuntos poco útiles
para el desarrollo del conocimiento. El culto a lo pop de mediados del siglo XX
aún se revela en este primer cuarto del XXI. Tenemos tiempo enfrente para superar
lo malo y atraer a los jóvenes a los escenarios de la creación, la producción
en base a ciencia, pensamiento y propósito de servicio a la humanidad.
Tenemos
ante nosotros caminos, algunos dirán alternativas, sobre qué hacer ante la
necesidad de retomar la ciencia con un volumen humano significativo,
especialmente entre los jóvenes. Sin embargo, será la reflexión con criterio y
sobriedad la que deberá definir con precisión los resultados, a fin de poder
desmenuzarlos y analizarlos exhaustivamente en la búsqueda de lo mejor ante la
abundancia de opciones. Para ello, quiero recomendar la lectura de "El
mundo y sus demonios" de Carl Sagan. Este libro articula una reflexión
crítica sobre la pseudociencia, pero su objetivo primordial es celebrar y
defender los aportes trascendentales de la ciencia a la humanidad.
Cerremos
esta reflexión con la idea de que, no obstante, los malos usos que se le hayan
dado a la ciencia, debemos dirigirnos hacia ella, no como hacia la magia, sino
como un rumbo firme contra la ingenuidad. Fuerte ha de ser, como garantía, la
idea medular: la investigación científica conlleva una doble responsabilidad.
Por un lado, adherirse a metodologías rigurosas y principios virtuosos que
aseguren que no se afecte negativamente a nadie ni a nada; y, por otro,
cultivar una conciencia profunda sobre las implicaciones sociales de sus
hallazgos. Es necesario equiparnos con las herramientas de pensamiento que
Sagan nos ofrece contra la seductora y aparentemente maravillosa pseudociencia,
tan proliferante en las redes sociales de esta época.
No todo
es sencillo, pero el valor intrínseco reside en la propia naturaleza humana, y
allí permanece, latente.
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